La crítica ficta, una columna de Oscar Peyrou

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Esta sección, denominada La crítica ficta, inaugura una serie de relatos estructurados como críticas cinematográficas en derredor de películas inexistentes. Aquí, Oscar Peyrou realiza un cuento de ficción metacrítica sobre un film maldito que, claro, nunca existió. 

Una de las más extensas menciones de la película  Blues, de Frank Swell, figura en el libro de artículos Awake in the Dark, de Roger Ebert, el influyente critico ya fallecido del Chicago Tribune.
Ebert considera, sin entusiasmo y en un párrafo que no excede las 15 líneas, que se trata del primer film estadounidense cuyos principales protagonistas no son  seres humanos, sino una emoción: la tristeza.
La única copia que se conservaba de la cinta, y que se guardaba  celosamente en la Cinemateca de Lausanne, se perdió misteriosamente en 1987, tras ser solicitada sin éxito por Annie, la hija menor de Charles Chaplin, para su exhibición en un festival benéfico  en Saint Remy de Provence.

El film, del que probablemente ya no exista ningún espectador vivo,  fue rodado en los estudios de Republic Pictures en 1934 y estrenado a principios de 1935 en el ya desaparecido teatro Kings, de Brooklyn. Frank Swell  fue un oscuro discípulo de Mervyn Le Roy y Blues fue su única obra. La cinta se exhibió comercialmente solo una semana, lo que resultó un record para ese momento, ya que ninguna cinta permanecía tan poco tiempo en cartel.

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La calidad de la película, que pareció desorientar u ofender  a los espectadores en su momento, es reconocida a medias por Ebert que comenta que estuvo situada en el número 68 del ranking de las 100 mejores películas de 1935 en los EE.UU elaborada por la crítica especializada.
Si se pudiera ver ahora, con la perspectiva que dan los años, la cinta podría ofrecer al espectador atento secuencias espectaculares, verdaderos alardes técnicos para la época.
Uno de los más interesantes, según Ebert,  es la escena en que la actriz Kay Hughes deja caer una horquilla que, tras describir una elegante parábola, se introduce en la boca de su novio en la ficción, el actor Ralph Byrd, que la mira embobado. En cuanto a la ya mítica escena del baño de la mujer rubia y del jabón oscuro que utiliza -a la que aludió escandalizado Neil Steinberg en su 100 Years of American Cinema- baste decir  que no sería posible rodarla actualmente, a pesar de la liberalización de las costumbres.
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Kay Hughes en un retrato de época

Al parecer, el film transcurre en una ciudad que podría ser Los Angeles, aunque en ningún momento se la nombra, lo que contrasta con la costumbre imperante en esa época de  citar hasta el aburrimiento y detallar obsesivamente los accidentes geográficos de la narración. Tampoco está clara la época en que transcurre la acción, ya que los críticos que la comentaron afirman que no se ven referentes (como coches, trenes o aviones) que podrían dar pistas. Las ropas, muy neutras,  que visten los actores podrían ser de la década de 1930 o de otras.
Estos simples hechos, convierten a Blues en un film casi metafísico, que parece flotar en el centro de un medio líquido, un fluido, fuera del tiempo y el espacio. Un desolado  y lento resplandor debajo del agua, que nunca llega a tocar el fondo, y del que, como tantas cosas que ocurren en la vida,  jamás  podremos saber casi nada.