La crítica auténtica, por Eduardo Casanova

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La sección La crítica auténtica repasa films, especialmente de autores iberoamericanos, centro de la reflexión de los miembros de AEPRECI. Con la crítica de Ema, de Pablo Larraín, damos asimismo la bienvenida a Eduardo Casanova, crítico de cine y miembro del Instituto Valenciano para la Cultura, que así se incorpora a esta asociación.


Cuanto menos enigmática, original e incluso irritante, resulta la nueva película del cineasta chileno Pablo Larraín (No, El Club, Neruda, Jackie). Se presenta recorrida por una estética singular y cuasi poética que hace de la ejecución de modernas coreografías el elemento vertebrador del drama familiar que escenifica. Su estructura narrativa no le va a la zaga y adopta la forma de un rompecabezas en el que finalmente todo encaja de manera inesperada.
Ema, una joven bailarina, sufre desde que devolvió al niño que había adoptado con su pareja, el director de la compañía de danza. El chico nunca se adaptó a sus padres o ellos no supieron entenderle, pero las constantes travesuras, de consecuencias desagradables, le obligaron a tomar esta decisión drástica. Ahora se siente arrepentida y contrariada, en mayor medida al saber que el pequeño Polo ha sido acogido por un matrimonio.

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Intencionadamente la historia desorienta al espectador en los primeros compases hasta que centra su argumento principal. Este recurso arriesgado puede espolear el interés por aquello que realmente terminará contando o distanciarnos del relato, que en ocasiones puntuales se ve salpicado por secuencias de crispación y violencia verbal un tanto desconcertantes.
Entre sus bazas principales cabe apuntar la caracterización de la protagonista, de presencia magnética y comportamientos imprevisibles, cuyos extraños impulsos pirómanos jamás se motivan y quedan a modo de pinceladas metafóricas o de un sinsentido que completa tan peculiar propuesta. 

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No obstante, de la dispersión inicial pasa a ir componiendo una trama con giros sorprendentes, donde el contacto físico, representado con elegante erotismo, adquiere un peso decisivo en el devenir de los acontecimientos. Así alcanza un desenlace que redondea el film sin renunciar a mantener un cariz particular y evitando caer en un final contundente y facilón.
A los distintos méritos técnicos, incluido un calculado cromatismo, se suma una interpretación hechizante de Mariana Di Girolamo, cuyo trabajo deviene en esencial para encarnar a un personaje poliédrico. Le secunda perfectamente Gael García Bernal.
Seguramente sea la obra más personal de su autor, con rasgos propios del cine de arte y ensayo, aunque no se exceda en las distorsiones.