BAFICI: un festival con cambios, por Pablo De Vita

A comienzos de Abril se desarrolló el Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI), en su primera edición cruzando las dos décadas desde su lejano y casi tímido comienzo en 1999. La selección reafirma la vigencia de este festival de la sureña Buenos Aires.
Recordamos de aquél entonces unas palabras: “Ojalá dentro de algunos años se pueda decir de este primer festival, que tuvo que ver con un renacimiento de la cinefilia porteña alrededor del año 2000”, con las que Andrés Di Tella, su entonces director artístico, sintetizaba una aspiración que parecía con el éxito de El sabor de la cereza de Abbas Kiarostami una realidad casi palpable. Aquella primera edición tuvo sendas retrospectivas a Paul Morrisey y Nanni Moretti (cuyo último film Santiago, Italia cerró la edición de este año previo a su estreno en salas comerciales el 15 de agosto), y la presentación de películas que entraron en la lista de “clásicos recientes” del cine argentino como Mundo Grúa de Pablo Trapero (en competencia oficial) o Silvia Prieto, de Martin Rejtman (que fue el film de clausura), o muy recordadas como After life, de Hirokazu Kore-eda; La manzana, de Samira Makhmalbaf; Tren de la vida, de Radu Mihaileanu; o directores como Fernando Birri, Javier Olivera o Erick Zoncá que formaban parte de sus “noches especiales”. Aun estaba en auge, y trataba de explicarse, el Dogma ’95. En el BAFICI, pasaron muchas cosas durante estos veinte años en la lógica de una Argentina que nunca supo mirarse en un horizonte de más de dos meses. En buena medida su permanencia es por sí sólo un saludable síntoma. Entre ese ayer de dos décadas y hoy cambió el horizonte completo del cine y el BAFICI supo adaptarse a definiciones que fueron quedando difusas desde su misma definición porque: ¿Cuáles son los márgenes el cine independiente hoy?”. A eso se añade la necesidad de generar nuevos públicos, algo que el BAFICI pudo hacer muy bien pero ahora es complicado en la era del streaming, con lo cual no es desafortunado hilvanar el festival desde un lugar más interactivo y aún a expensas de ciertas concesiones al universo mainstream de superhéroes de Hollywood. También, huelga decirlo, fue una edición digna en un nuevo espacio que no reviste la suntuosidad y el confort del Village Recoleta e impide por la distancia una movilidad entre las diferentes salas del festival.


En el panorama general del festival no puede sustraerse la violencia urbana de Alpha, the right to kill de Brillante Mendoza (mención del jurado SIGNIS en el último Festival Internacional de San Sebastián), no deja de impactar en su simetría que confunde el suburbio de Filipinas con la realidad cotidiana del conurbano bonaerense como auténtico horizonte. La violencia, pirotécnica y mafiosa, se hace presente en la taiwanesa The Scoundrels, del joven Hung Tzu-Hsuan, un auspicioso debut y una vuelta al thriller que tan bien desde el lejano oriente hilvanaron directores como Johnny To o Wang Kar Wai. Primera anotación, la gran gestión de la Oficina Cultural y Comercial de Taipei que convocó a la colectividad y llenó la sala. Porque no hubo muchas localidades agotadas en esta edición. Tampoco es posible olvidar una película de 3 horas que parece durar fabulosos 30 minutos, Mektoub, my love: canto uno; donde el gran Abdellatif Kechiche pasa revista a un romántico verano donde parece no pasar nada más allá de las historias cotidianas de adolescencia, sin embargo, ese universo condensa emociones que el director desgrana con absoluta precisión. El viaje hacia atrás en el tiempo podía comenzar con un biopic un tanto televisivo aunque formidablemente actuado: Stan & Ollie, donde uno podía ver la mímesis actoral al evocar a los grandes Stan Laurel y Oliver Hardy. El caso de Diamantes en la noche, del checo Jan Němec, restaurada por el Narodni Filmovy Archiv de Praga, es la síntesis perfecta de un temprano talento fuera de serie y está basada en La oscuridad no tiene sombra de Arnost Lustig, adaptada por éste y el realizador, que relata la huída de dos adolescentes a través de un bosque perseguidos a balazos durante la Segunda Guerra Mundial. Jan Němec fue un “enfant terrible” de la Nueva Ola Checa que debió abandonar su país para comenzar un periplo errante a la sombra de otro exiliado exitoso: Miloš Forman.
El fin del BAFICI personal (no hay otra manera de aproximarse al festival), fue con un documental de Peter Bogdanovich: The great Buster:A celebration, donde el formidable director entrega una oda llena de amor y prolija investigación que pasa revista al genio inolvidable de Buster Keaton. Así nos despedimos del BAFICI con una sonrisa.