Un espejo que refleja nuestras miserias y grandezas, por Oscar Peyrou


Un documental, una cinta sobre la creatividad artística, una denuncia sobre la sociedad capitalista y el consumismo desaforado, una conmovedora confesión sobre lo mas íntimo y primitivo que llevamos dentro, esa infancia que nunca se pierde y nos acompaña toda la vida. Una película que tiene la forma de un gran poliedro con muchas caras o muchos espejos, que, como toda obra de arte, nos devuelve la imagen de nosotros mismos y el mundo salvaje y tierno donde nos ha tocado vivir.


Les glaneurs et la glaneuse (Los espigadores y la espigadora, 2000), el documental de 90 minutos de Agnès Varda,  se inicia con el cuadro Las espigadoras de Millet , ubicado actualmente en el museo D´Orsay, en París. La película es notable por muchas cosas: por la concepción, por el uso de técnicas inusuales o por la explícita inclusión de la directora en el desarrollo narrativo y como testigo y observadora de su propia obra. También es interesante y novedosa la forma en que juguetea con la cámara –como una niña sabia- y por los ángulos  originales que experimenta. En una escena concreta, Varda se olvida de apagar el aparato. Mientras la cámara cuelga de ella, continúa grabando, y el espectador ve el suelo mientras la directora se desplaza, y la tapa de la lente pende con música  de jazz de fondo. Varda llama  a esta escena "La danza de la tapa de la lente". Es decir que en el montaje final ella, como los protagonistas del documental,  también recolecta sus errores o acciones no planeadas y las incorpora a su obra. En la cinta, Varda se filma a sí misma peinando sus canas, y hay varias escenas en que aparecen sus manos. También juega a intentar atrapar camiones mientras viaja por la autovía, poniendo sus manos en forma de "o".



La directora se introduce en el relato como parte de él: ella de niña tuvo que recolectar. Después, otro personaje nos explicará que son dos operaciones distintas con resultados similares. Espigar alude a la acción de recoger aquello que sube del suelo. Recuperar hace referencia a recoger lo que ha bajado, los frutos que caen del árbol. Esas dos operaciones simples abren un universo en el cual, se va a poner en cuestión el actual sistema económico  –capitalismo tardío y neoliberalismo económico-, y se van a desvelar contradicciones sociales y políticas. La ley también tiene su papel preciso en este trabajo. Del cuadro de Millet, Varda nos lleva al proceso de recolección de papa que luego será tirada en el campo por no cumplir el estándar de los supermercados. Toneladas de papa que se lanzan al campo, donde aparecen recolectores (espigadores) que alcanzan a cargar 130 kilos en una única recogida. En vez de dar las papas a los que las necesitan, las tiran. Porque ésa es la lógica del mercado capitalista. Luego, en la región de Borgoña, la situación empeora. Las cuotas vitivinícolas obligan a que  no se pueda recoger toda la cosecha de uva, y a diferencia de la papa que se desecha y puede ser recogida por aquellos que se enteran, la uva debe dejarse pudrir en la vid, por el temor de que quien la recoja saque un vino de la misma calidad de la casa productora. En estas imágenes ya se insinúan los primeros elementos de la ley acerca de la recolección de excedentes, que en el código civil francés, se asume como un derecho que se tiene de 8:00 am a 5:00 pm, es decir en horas de luz solar.




En su documental, Varda presenta luces de esperanza como cuando el juez, que muestra el elemento legal y tiene una finca, permite que se recoja lo que queda de su cosecha: legumbres y verduras. Sale a la luz también, que espigar hace referencia a recoger objetos abandonados en las aceras por la gente. Una abogada muestra que al abandonar un objeto, su legítimo dueño declara su voluntad de no poseerlo más, en consecuencia, quien lo encuentra se convierte en su dueño legal. Agnès Varda recoge un reloj de acrílico, sin agujas, y lo pone en su sala sobre la chimenea, formando parte de un espacio en el cual ya hay dos sillas encontradas en  la calle. Pero no es lo único que se puede “cosechar” en la calle. Podemos ver a un hombre con un titulo universitario, recurrente en las imágenes, que lleva ocho años viviendo de comer todo aquello que es abandonado cuando concluyen los mercados callejeros. Como vegetariano, tiene claro qué nutrientes consume con cada fruta, legumbre o vegetal. Según él mismo, puede comer siete manzanas al día. Luego se sabe que en el albergue en que lleva varios años, es maestro para inmigrantes. La luz de la solidaridad brilla en manos de una persona que no compra comida, la recupera. Si eso sorprende, quizás puedan dejar estupefactos dos personajes más: un chef que recoge la mayoría de sus productos y que recicla en su cocina todo lo que emplea: huesos de aves, reses o pescados para hacer sopas, caldos y potajes. Sale al campo como parte de una tradición familiar a buscar hierbas, legumbres, frutas, tubérculos que se convertirán en sus platos.

Con otras motivaciones aparece un hombre con buena posición económica que recupera los excedentes de los supermercados. Los contenedores son los espacios en los cuales reposan jamones, quesos, productos de panadería, yogures y lácteos, cajas transparentes con frutas que tienen fecha de vencimiento. Sin vergüenza alguna, el hombre baja de un coche lujoso y carga todo aquello que considera necesario y posible de usar, casi todo. Un estudio reciente demostró que con la comida que se desecha sólo en Estados Unidos e Inglaterra, en un día, se podría alimentar a todos los hambrientos del mundo, ese mismo día. En Los espigadores y la espigadora sin perder el hilo ni un momento, Varda pasa del arte a la agricultura, de allí a la política, de ella a las leyes, luego al sistema de mercado y vuelve al arte. Retoma las imágenes que conoció en blanco y negro en un diccionario, siendo niña y con ello recompone toda la experiencia.



Varda nunca deja de participar activamente en el documental, como en los trabajos etnográficos en los que la observación participante es condición insalvable: llega a una comunidad para formar parte de ella, no para mirar a la gente como a seres ajenos, raros o distantes. En los múltiples ejercicios que hace de participación (uno de ellos es vestirse y hacer la actividad para parecer (o ser) una espigadora) o, en sus largos recorridos buscando las imágenes y las personas, se topa con camiones que serán parte de la cadena del sistema económico, y que ella juega a atraparlos en su mano. Varda, como se ha dicho,  se compromete directamente, se documenta a sí misma y deliberadamente hace una reflexión sobre el cambio en las tecnologías digitales que le permite ser camarógrafa y sujeto documentado simultáneamente.

En Los espigadores y la espigadora se revela a una mujer, una Agnès Varda muy original que está en el mundo leyéndolo de otro modo. Según la Wikipedia, Agnès Varda nació el 30 de mayo de 1928 en Bruselas, y está considerada por algunos críticos de cine como la «abuela de la Nueva Ola» (Nouvelle vague) y una de las pioneras del cine feminista. Sus películas, documentales y vídeo-instalaciones guardan todas un carácter realista y social. Toda su obra presenta un estilo experimental distintivo. En 1985 con la película Sans toit ni loi (Sin techo ni ley) obtuvo el León de Oro del Festival de Cine de Venecia y su biografía documentada en Las playas de Agnès, el Premio César en 2009. Es la viuda del realizador Jacques Demy y fue condecorada con la Legión de Honor. Ha merecido el Premio René Clair de la Academia francesa, el Prix Henri-Langlois y el Premio Mayahuel de Plata,  entre otros.