¿Qué hemos hecho para merecer esto? Tendencias del cine social en Zinemaldia por Jesús García Cívico


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En Ciudadanía y clase social (1950), la obra clásica de T. H. Marshall, el sociólogo británico pensaba que las diferencias económicas entre ciudadanos formalmente iguales podrían mantenerse siempre que no fueran demasiado profundas y no generaran en los peor situados la sensación de que no estaban llevando la vida que merecen...

Fue también en Inglaterra, desde el «Manifiesto de los jóvenes airados», Angry Young Men, en 1956, donde el movimiento cinematográfico específico que conocemos bajo el nombre de Free Cinema  se caracterizó no solo por implementar una estética realista en el cine de ficción, sino por incluir en sus retratos de lo cotidiano tanto una suerte de compromiso moral con las clases desaventajadas como una peculiar línea temática que tenía que ver con un triste escepticismo y una sensación de injusticia asociada al fracaso de la movilidad social. 
Frente a los artificios narrativos del cine de Hollywood insistentes en una suerte de equilibrio ideal o situación estable previos a las epopeyas meritocráticas de ascenso individual más o menos presentes en el estupendo cine de Frank Capra, King Vidor o Frank Borzage (una contribución al espíritu del New Deal, si se quiere así), las películas de Jack Clayton, A room at the top (1959), Karel Reisz, Saturday night, Sunday Morning (1960), Lindsay Anderson This Sporting Life (1963) o John Schelesinger A Kind of Loving se empeñaban en mostrar el rostro gris de la esperanza, las barreras sociales, las experiencias reales de la clase media y obrera.

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Aquel cine tuvo una vida efímera pero una larga influencia como precedente de la corriente del cine social británico cuyo mejor exponente podría ser la obra de Ken Loach (o el equipo director/guionista Loach-Laverty). En términos más generales y en un ámbito más global podemos decir que el empleo del cine como medio de crítica y denuncia de problemas sociales acompaña la historia de este arte desde su nacimiento: desde ciertas tendencias del documental (de Fiedrich Grass a Alberto Cavalcanti) al personaje creado por Chaplin, desde el neorrealismo italiano de los años 40 al cinéma verité en Francia, una década después. La incidencia crítica en la realidad y el compromiso social eran las señas de una forma de entender el cine que es posible rastrear en cinematografías tan dispares como la del guionista Cesare Zavattini, la etapa mejicana de Buñuel, el «cinema nôvo» brasileño, el cine latinoamericano de los años 70, el lado oscuro del sueño americano en algunos filmes del guionista David Mamet (American Buffalo, Michael Corrente, 1996; Glengarry Glen Ross, James Foley, 1992) o los más recientes trabajos de Jean Pierre y Luc Dardenne.
Hoy, tras la crisis mundial de 2008, el proceso de dualización socio-económica y el deterioro de ciertos valores asociados a individuos privilegiados y clases en ascenso (riesgo, inteligencia, esfuerzo, etc.) parece haber tenido como consecuencia, precisamente, el cumplimiento de las dos premisas de T. H. Marshall con las que comenzábamos: las diferencias materiales ya son demasiado profundas y la gente siente que no lleva la vida que merece.
Varias de las películas que se pudieron ver en la sección oficial de la 67 edición del Festival de San Sebastián encajan en esa amplia etiqueta de cine social, así la íntima descripción de las vicisitudes de personas vulnerables como en La hija del ladrón (Belén Funes, 2019), o los tempranos problemas de jóvenes de familias desestructuradas de origen inmigrante en Rocks (Sarah Gavron, 2019), la sensación de no merecer la suerte que nos ha tocado es explícita en el filme argentino fuera de concurso, La odisea de los Giles donde su director Sebastián Borensztein relata los intentos de revertir la desdicha de la mano de un grupo de perdedores heroicos decididos a tomar la justicia por su mano.

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Pero además de las ubicadas bajo ese amplio rótulo, dos de las mejores películas de la Zinemaldia tratan explícitamente de esa percepción del destino inmerecido como consecuencia del conocimiento del tipo de vida y, sobre todo, de los valores de las clases privilegiadas: una de ellas Mano de obra (Zonana, 2019) formó parte de la sección oficial, la otra se pudo ver en la sección «Perlak» y venía de triunfar en el festival de Cannes: Parasite de Bong Jon-ho.
Parasite, con toda su peculiar mezcla de géneros y los estilemas típicos del último cine coreano, supone una renovación del cine social ya liberado de sus presupuestos realistas y abierto tanto a las innovaciones formales (maravillosa su puesta en escena) como la autonomía para moverse sorprendentemente entre el horror y la sátira, el humor y la política, en ella el personaje de Gi Taek (Song Kang Ho) atraviesa diferentes estadios hasta tomar conciencia de la opinión que los privilegiados tienen de él: alguien que huele mal.

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Con una sensibilidad similar frente a las desigualdades del capitalismo global más salvaje, la mejicana Mano de obra, del joven director David Zonana, fue, en mi opinión, una de las mejores sorpresas del festival. En ella Francisco (gran actuación de Luis Alberti) y un grupo de trabajadores de la construcción construyen una casa de lujo. Tras la muerte accidental de su hermano al caerse del piso superior, Francisco se entera de que su cuñada viuda no recibirá ninguna indemnización del rico propietario de la casa. Después de soportar nuevos abusos y tras haber reclamado lo que le corresponde, se venga y decide vivir él mismo en la casa en una evidente metáfora espacial, tanto física como social, que juega continuamente con los polos arriba y abajo en una suerte de inversión y reproducción de roles que recuerda gratamente al universo de los pobres de Buñuel. Con toda su magistral concisión, con todo su aliento buñueliano (Viridiana, Los olvidados) sus ecos del Plácido de Azcona y Berlanga y su radical lucidez al enfocar los devastadores efectos miméticos del desolador espejo de la devastación moral de la burguesía, Mano de obra es un magnífico debut y una clara muestra de las nuevas líneas del cine social en el nuevo tiempo de las desigualdades excesivas e inmerecidas.