BORGES 120 AÑOS Entre el cine y la literatura, por Pablo De Vita
Este año que finaliza se encuentra marcado por los 120 años del nacimiento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Aquí se presenta la conferencia ofrecida en Buenos Aires en la misma biblioteca donde Borges trabajó, dentro de los festejos organizados por la Fundación Borges.
El presente texto
tiene como base la disertación brindada por el autor en las Jornadas Borges 120 , y que en este caso
tuvieron lugar en la Biblioteca Miguel Cané junto con la proyección de Hombre
de la esquina rosada y El muerto.
La relación de Borges con el cine
fue intensa y variada, con una sumatoria de perfiles desde donde nutrió y,
asimismo, se alimentó del cinematógrafo. Un somero marco de desarrollo
conceptual permite hilvanar tres hemisferios desde donde podemos aproximarnos
en su relación con el cine. El primero, desde la cronología, es su vínculo como
“crítico” de la revista Sur de
Victoria Ocampo. Mientras la importancia que Sur le otorgó al cine fue troncal -recordemos que en el tercer
número de la revista se publicaron las fotografías de la filmación en México
que desarrollaba Sergei Einsenstein de Que
viva México!-, la relación que estableció con este su fundadora fue amorosa
pero espontánea. En Borges, su mirada al cine tiene la estructura del análisis
y cierta metodología de aproximación. Hay un Borges espectador que no va dejar
de frecuentar el espacio de la sala cinematográfica aún ciego, cuando algún
acompañante o la propia Maria Kodama le completaban con un susurro la imagen
negada y que los demás espectadores soportaban diligentemente entendiendo que
era inasible para él. De sus críticas hay sentencias memorables como la
referida a Los muchachos de antes no
usaban gomina, la primera versión de Manuel Romero, cuando escribió: “He visto
Los muchachos de antes no usaban gomina,
uno de los mejores films nacionales que se ha hecho vale decir uno de los
peores del mundo”, o su crítica negativa (y solitaria) a Citizen Kane, el Ciudadano cuando dijo “Me atrevo a sospechar que Citizen Kane perdurará como “perduran”
ciertos films de Griffith o de Pudovkin, cuyo valor histórico nadie niega, pero
nadie se resigna a rever. Adolece de gigantismo, de pedantería de tedio. No es
inteligente, es genial: en el sentido más nocturno y más alemán de esta mala
palabra”. Toda una síntesis que evidencia el genio, el sarcasmo y una
admiración hecha de celuloide trazada desde un recorrido tan personal como
sorprendente.
Luego esta el
Borges guionista o en base a cuyos relatos se hicieron de buenas a malas aproximaciones
cinematográficas. Concentrándonos en el arco que va de 1953 a 1975 año de estreno
de la película El muerto, hay una
mezcla de películas de enorme valía a otras menores. Todo lo inicia en 1953
Leopoldo Torre Nilsson con Días de Odio,
basado en el cuento Emma Zunz que él
mismo desarrolla en el guión junto al director como libro cinematográfico. Por
desgracia esa labor no llegó hasta nuestros días por lo tanto no podemos
hilvanar un recorrido certero en su construcción argumental. La siguiente es Hombre de la esquina rosada, de René Mugica,
donde Borges no interviene en la realización del libro cinematográfico que
perteneció a Joaquin Gomez Bas, Isaac Aisenberg y Carlos Adén, pero visita el
set de filmación del cual quedan algunas simpáticas fotografías hacia 1961.
En este caso, la
primera aproximación tuvo lugar en 1959 cuando en el escenario del teatro
Astral subió una puesta de Eduardo Adrián que él mismo protagonizó junto a Beto
Gianola, Luis Medina Castro, Alfredo Alcón y Anibal Troilo. Y hay un detalle
que explica el entendimiento que Borges tiene del cine en la entrevista brindada
al diario LA NACION, donde declara que -contrariamente a lo que piensa la
mayoría- no es un cuento realista y que todo esta resuelto desde una
construcción espectacular y visual: “Quizá contribuya a aclarar esto que lo
escribí bajo la influencia de películas de pistoleros dirigidas por Sternberg
en la última época del cine mudo –que mucho nos entusiasmaban a mi y a Bioy
Casares-, cuando este medio de expresión había llegado a una evolución y
perfeccionamiento del que, con el comienzo del hablado, retrocedió
momentáneamente”. Esta puesta fue la segunda para el teatro luego de una
lectura escénica que antes hizo el Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta y
cuando, en rigor, Borges ya tenía dos libretos cinematográficos que no habían
sido llevados al cine, uno de ellos precisamente Los Orilleros.
Borges y Bioy
habían preparado su guión de Hombre de la
esquina rosada veinte años antes de que la película se llevara a cabo
aunque esta versión nunca se utilizó. Pero Borges quedó muy contento con la
versión de René Mugica y efectuó una declaración a la prensa que se daría de
bruces con toda la filigrana intelectual que se daba cita en el cine Lorraine:
“Me gustó de la película el hecho de que en ella el movimiento fluya como un
western. Que los personajes no se paren para que los retraten, como suele
suceder a veces en el cine nacional. Además no es una película hecha para
escandalizar sino para agradar”, y aquí Borges cita a uno de sus autores
favoritos, y desde el cual puede comprenderse parte de su construcción de
imaginario: “Stevenson decía que si a una obra de arte le falta encanto le
falta lo esencial”. Hombre de la esquina rosada fue producida por Argentina Sono Film y
la primera película argentina en clausurar el Festival Internacional de Cine de
San Sebastian.
Lo interesante
de reflexionar sobre la versión cinematográfica de Hombre de la esquina rosada es que, exactamente, no es el cuento
aunque conserva su espíritu. El guión original presenta notable cantidad de
cambios en los diálogos con respecto a la escritura mecanografiada, que en
algunos casos redunda en mayor simpleza de la palabra. Borges se mostró muy
complacido con esta versión y solo hizo una objeción: “A una palabra. Donde se
decía uruguayo hay que decir Oriental, porque así se los llamaba entonces, a
principios de siglo y sobre todo en las orillas, en ese Maldonado mas o menos
impreciso donde ubique el escenario”, diría.
En Borges, un escritor en las orillas, de
Beatriz Sarlo, la autora define aquello que esta en los márgenes de los polos
de producción y que en el concepto argentino también plantea un límite. Lo gauchesco,
lo guapo, lo malevo como síntesis de lo popular, donde descansa cierta “ficción
orientadora” de lo popular –citando a Shumway-, y que entra en crisis con el
peronismo al erigirse como único garante de los valores populares. Entonces el
limite que plantea la orilla con el corrimiento de lo popular también agiganta
un fantasma, en Hombre… hay una búsqueda del fantasma y acierta Sarlo y se
explicita Borges: “Yo soy Francisco Real, un hombre del norte al que le dicen
El Corralero. Andan por ahí unos bolaceros diciendo que en estos andurriales
hay uno que tiene mentas de cuchillero y
que le llaman el Pegador. Quiero encontrarlo para que me enseñe a mí, que soy
naides, lo que es un hombre de coraje”. La película opta en 1961 por el marco
fundacional de las celebraciones del centenario de 1910. La otra variante del
relato es por qué Rosendo se niega a pelear en la película. Quizás la
explicación sea simple al recordar que no se puede pelear con un muerto.
Jorge Luis Borges junto a Lautaro Murúa y el director Hugo Santiago en el set de Invasión (1968)
En 1968 tiene
lugar Invasión, donde si trabaja con
su director Hugo Santiago el argumento original escrito junto a Adolfo Bioy
Casares. Casi inmediatamente hay otra Emma Zunz francesa con libro
cinematográfico del propio director Alain Magrou. Y en 1969 también tiene lugar
La estrategia de la araña de Bernardo
Bertolucci donde Marilu Parolini, Eduardo de Gregorio y Bertolucci trasladan el
cuento Tema del traidor y del héroe.
En 1973 Hugo Santiago, ya radicado en Francia, vuelve a convocarlo para Les Autres, donde el libro original es
de Santiago, Borges y Bioy; y en 1975 simultáneamente estarán Los orilleros, de Ricardo Luna, con
Rodolfo Bebán, Egle Martin y Antonio Grimau, y cuyo director elabora como guión
desde el argumento original de Borges y Bioy; y El Muerto, la película que dirigió Héctor Olivera con libro
cinematográfico del propio Olivera junto a Fernando Ayala que contó con la
supervisión de Juan Carlos Onetti.
Lo “orillero”
entendido como marginal esta presente en la historia de Benjamin Otálora, el
contrabandista Azevedo Bandeira y “La colorada”, que fue llevado a la pantalla
como toda una gran superproducción para el cine argentino de entonces (y de
ahora), en coproducción con España y con la presencia de Juan José Camero
(Otálora), Thelma Biral (la colorada) y Francisco Rabal como Azevedo Bandeira. La
filmación se extendió dos semanas, en su primera parte, desde Colonia del
Sacramento hasta Tacuarembó en el Uruguay con una producción que recreó “lo
rioplatense” entre 1891 y 1894 cuando el protagonista huye de los barrios bajos
rumbo a Rio Grande do Soul. La filmación incluyó luego los estudios Baires
(allí se recreó el casco de estancia), Campo de Mayo y la que fuera la casa de
Fernando Ochoa en San isidro. Tuvo estreno comercial en los cines Gran Rex,
Callao y Norte.
Ahora bien, aquí
el cuento es expandido para establecer una continuidad de acción, recordemos
que el texto dice “cosas que van aconteciendo después, de las que se unas
pocas”, y Olivera consigue lo mismo que René Mugica, ser Borgeano en espíritu.
Héctor Olivera, director de El Muerto, junto a su autor
Héctor Olivera, director de El Muerto, junto a su autor
El protagonista
“mocetón de frente mezquina”, es muy joven y compadrito sin gloria. Al igual
que en el cuento, no se saben las razones del duelo que le da supuesto estatus
al jovencito. La referencia temporal que ubica la acción en Montevideo esta
dada por la presencia de Sarah Bernhardt en el teatro Solís de Montevideo con La dama de las camelias, trasladando la
acción de 1891 a
1896. La continuidad de esos “golpes de
suerte” a golpe de cuchillo lo acercan a Bandeira, y luego a la mujer del
patrón. La grandeza trágica no involucra la caída del compadrito porque
simplemente no es un “guapo auténtico”. Con lo cual, como en el relato de
Borges pero con otras armas, lo importante es la enunciación del “destino
inevitable” que rodea al protagonista. Así tampoco busca, salvo lo
imprescindiblemente necesario, utilizar en boca de los protagonistas el texto
original. Recordaba Rómulo Berruti que participó del rodaje de El Muerto, que su visita coincidió con
la de Borges: “Medio escondido cerca de una de las cámaras, Borges miraba sin
ver -patética cosa es un ciego en una filmación- la boca entreabierta, el
mentón apoyado en el puño del bastón tratando de no perder el diálogo, que como
siempre en esta etapa era un bosquejo mínimo para la actuación. Pasaban esa
escena Thelma Biral y Juan José Camero. Cuando terminaron, Georgie aplaudió
contento. Y ponderó como persona bien educada eso que apenas había podido
percibir y que era, además, una brizna del filme.”
Jorge Luis
Borges publicó por primera vez El Muerto
en el número145 de la revista Sur, en
1946. Olivera comenzará a acercarse a la idea en 1974 luego del Festival de San
Sebastian ante la posibilidad de una coproducción que adapte a un autor
latinoamericano, y si bien los primeros
nombres fueron los de García Márquez y Vargas Llosa, por lógica y fortuna desembarcó en la orilla borgeana.
“Empieza
entonces para Otálora una vida distinta,
una vida de vastos amaneceres y de
jornadas que tienen el olor del caballo”. La condensación del relato suma a la
ambigüedad de los caracteres de sus protagonistas. Pero, ¿por qué elegimos por
sobre otras estas dos películas? Son las que más gustaron a Borges y dialogan
en el sentido secreto del impulso y de un universo de apariencias que envuelve
a sus protagonistas. Otálora socava el
espacio del “Dios pagano” que representa el patrón. De allí que Borges lo refiera como
“triste compadrito sin más valor que la
infatuación del coraje”, en un texto que sólo tiene 7 páginas.
La síntesis de
la tragedia humana y metafísica esta presente y los compadritos acceden a
través de la muerte a la absolución del pecado de la soberbia y siempre
acechada por el fantasma. Quizás como la Argentina, que navega entre la
necesidad permanente y el miedo a la otra orilla.
* Es crítico cinematográfico, profesor
universitario y periodista cultural, recientemente incorporado a la Comisión
Directiva del Pen Club de Argentina.