Películas convencionales forjan ideas convencionales, por José Ramón Otero Roko
El Festival de la ciudad portuguesa de Setubal “Festroia” presentó en su edición de este año una sección oficial que no cabe otra manera de juzgarla que como descompensada, en la que destacaban las producciones belgas, país patrocinador del Festival a través de la agencia oficial para la promoción del cine Wallonie Bruxelles Images y el Fondo Audiovisual Flanders (VAF), por encima de las que provenían de cinematografías minoritarias pero que en este caso no resultaban ser una muestra ejemplar, siquiera representativa, del cine de estos países.
El comité de selección de Festroia, dirigido por el historiador belga Guido Convents, programó una mayoría de obras de perfil bajo, sin ambiciones artísticas o estéticas, que tenían mayor sentido en el mercado doméstico de sus respectivos países que en un Festival Internacional de Cine. De este modo se proyectó una película bielorusa “Viva Belarus!” (“Zyvie Belarus”, Krzysztof Lukaszewicz, 2012) muy polémica al ser tachada por voces críticas como un vehículo de propaganda internacional de un candidato de un partido ultraconservador y ultraliberal bieloruso que es además el director del film. Con la coherencia narrativa de una comedia teenager, presentando al público unos hechos muy graves, pero que al parecer son parcialmente ciertos y parcialmente falsos, el film no ostentaba valores cinematográficos de altura y escondía una motivación ideológica cuestionable y desacostumbrada en el ámbito del cine de autor europeo. La película chilena “The Passion of Michelangelo” (“La Pasión de Michelangelo“, Esteban Larraín, 2013) tenía un desarrollo de cierto interés centrado en la identificación de la dictadura chilena con el fervor religioso de las falsas apariciones de la Virgen, pero que se descomponía en un final equívoco que no tenía otro propósito que pretender sorprender al público más allá de estimular la coherencia del conjunto. “Baby Blues” (Katarzyna Roslaniec, 2012) jugaba las cartas de la presentación escandalosa de un caso arquetípico alrededor del cual un público conservador pudiera refrendar una conclusión que encajara en sus propios prejuicios. Se trataba del caso de una adolescente sin preparación para acometer el cuidado de su hijo. Cualquier responsabilidad de la sociedad en su situación es omitida. No existen en esta película mención a los métodos anticonceptivos, a la educación sexual, al papel de la legislación o del estado. Únicamente se nos presenta una adolescente en Polonia, inestable emocionalmente, subyugada por el consumo y la imagen, que toma drogas y no tiene relaciones duraderas. Un personaje sin profundidad, tópico, escogido intencionalmente para forzar al público a llegar a una conclusión convencional. Sin embargo estéticamente fue la película más atrevida de la sección oficial, con un cuadro de colores y una fotografía atractiva. En paralelo también encontramos la película finlandesa “8-ball” (“8-pallo”, Aku Louhimies, 2013) que recrea una mirada convencional acerca de un submundo marginal en el que se repite el tema de las drogas y la falta de preparación para acometer la educación de un hijo. Sin embargo en esta película sí encontramos un marcado papel del estado como vehículo para que una persona en esa situación encuentre las condiciones que le permitan salir de la marginalidad. Un thriller tópico, pero con cierto ritmo, ideal para una muestra local de cine finlandés, que en un contexto de menor dominación de las distribuidoras de cine USA, podríamos hablar incluso de una película comercial para el mercado doméstico.
La película “90 minutes” (“90 minutter”, Eva Sørhaug, 2012) mi favorita para el premio, era, por desgracia, la única que exhibía rasgos estilísticos, no especialmente originales, pero con una cierta ambición de profundidad en su mensaje y de composición de un cuadro acerca de la implosión interior de los ciudadanos de los países del norte. Sus personajes, restringidos al ámbito de sus familias y de un estilo de vida, eclosionan cuando ese orden de cosas se deshace, ya sea por problemas económicos o afectivos. Entonces actúan con violencia hacía su círculo más íntimo, negando la vida a los que tienen alrededor. Estructurada en tres historias independientes, no es posible encontrar elementos que las unifiquen más allá de que sus protagonistas dan una respuesta marcada por el aislamiento a una problemática que les sobrepasa. Eso y un mensaje feminista de interés en el que podemos reflexionar acerca del carácter de propiedad con el que algunos hombres actúan respecto a sus familias, destruyéndolas porque sienten que les pertenecen y que no tienen derecho a sobrevivirles. Una película de buena factura técnica, aunque con vacilaciones en el desarrollo escénico, y a la que le faltaba confesar claramente sus objetivos a los espectadores para lograr que el conjunto ético y estético fuera más riguroso.
Por último la película premiada por nuestro jurado de FIPRESCI no fue otra que la belga “The Broken Circle Breakdown” (Felix Van Groeningen, 2012) que como las también belgas “Tango Libre” (Frédéric Fonteyne, 2012) y “Brasserie Romantiek” (Joël Vanhoebrouck, 2012) destacaban en la sección oficial por mostrar hábitos cinematográficos con un mínimo de solvencia, sin tratarse de obras de arte. “The Broken Circle Breakdown”, de una temática parecida a la extraordinaria “Declaration of War” (Valérie Donzelli, 2011), aunque parece ser que concebida con anterioridad, tomaba riegos en la presentación de unos personajes muy al límite en sus relaciones, enfocados a un modo de vida autónomo respecto a la sociedad y que vivían la ruptura de su universo emocional al encontrar que su pequeña hija sufría un cáncer terminal. Una historia dura, atenuada con una música alegre de estilo “bluegrass”, que quizás no estaba ahí tanto para ofrecer un contrapunto sino para volver el conjunto más comercial o más asimilable por el público medio, y que resolvía, de manera convincente, las tensiones del argumento en una diatriba contra la falsa moral conservadora que impide la investigación en células madre. Independientemente de que el festival pareciera enfocado a que fijáramos nuestra atención en las películas belgas, concretamente en esta que también obtuvo el premio del jurado oficial, la película era merecedora de premio en un contexto que no ofrecía muchas más alternativas.
José Ramón Otero Roko (Jurado FIPRESCI en el Festival de Cine de Setubal).